Año de nieves, año de aludes
Durante el invierno 2017-2018 se han registrado espesores de nieve muy por encima de lo habitual en la Sierra de Guadarrama. Como consecuencia de estas condiciones meteorológicas, hemos observado algunas avalanchas hasta ahora prácticamente desconocidas en el Guadarrama, más por sus efectos que por sus dimensiones.
Un caso notable es el alud que se produjo en la Canal Central del Circo de Peñalara el 19 de marzo y que terminó destrozando literalmente la cubierta de hielo de la laguna. En esta canal son relativamente frecuentes los aludes, pero hasta el momento no habíamos observado que se extendiesen hasta la laguna de Peñalara. Si tenemos en cuenta que en ese momento la capa de hielo tenía al menos 50 cm de espesor, nos podemos hacer una idea de la descomunal fuerza que puede llegar a ejercer uno de estos aludes. De hecho, la avalancha llegó a depositar parte del sedimento de la laguna sobre los restos de la cubierta de hielo. Además, el impacto generó una gran ola que recorrió unos 150 metros aguas abajo de la laguna de Peñalara.
Ahora que se ha producido el deshielo, tenemos una fantástica oportunidad para conocer cómo este tipo de sucesos naturales inusuales afectan, por ejemplo, a los ecosistemas acuáticos de montaña. En este sentido, hay que recordar que la laguna de Peñalara lleva siendo estudiada por el Centro de Investigación desde hace más de 20 años.
Más al norte del circo de Peñalara, también se han producido este invierno aludes de dimensiones considerables. En este caso, la particularidad es que la avalancha ha causado importantes daños al arbolado que se ha encontrado en su camino.
Esta avalancha se produjo cerca de la línea de cumbres, probablemente de manera espontánea al sobrecargarse alguna cornisa o el manto nival durante una intensa nevada. Hemos estimado que la avalancha tuvo un recorrido cercano a 1km, alcanzando una cota mínima de 1620 metros de altitud. No es frecuente que los aludes tengan tanto recorrido ni lleguen a cotas tan bajas en esta sierra.
Es interesante observar a lo largo de su camino los diferentes daños sufridos por los árboles. Los primeros árboles afectados aparecen unos 100 metros por debajo de la altitud a la que se produjo el alud. Los árboles están partidos a más de un metro del suelo, señalando la altura en la que se produjo la máxima fuerza. Probablemente por debajo de ese nivel el manto de nieve no se estaba desplazando, y el alud – en forma de una mezcla de nube de nieve y de placa deslizándose a gran velocidad– seccionaba lo que sobresalía. Unos 100-150 metros más abajo, la mayoría de los arboles ya aparecen dañados desde su base, desenraizados y abatidos por completo. La avalancha en esta zona movilizó prácticamente por completo el manto nival, empezando a arrastrar bloques de piedra de gran tamaño. En dos de las avalanchas observadas en esta zona, el flujo de nieve, piedras, ramas y troncos se canalizó en la mitad inferior del recorrido a lo largo de dos arroyos, arrasando los árboles que encontraron a su paso hasta detenerse tras recorrer algo más de 300 metros de desnivel. Por la altura a la que han sido arrancadas las ramas de algunos árboles que han quedado en pie, el alud podría tener como mínimo 4 o 5 metros de espesor en la zona de acumulación en los arroyos. Para una de las avalanchas estimamos una superficie de 81.600 m2, por lo que no es exagerado hablar de miles de toneladas de nieve arrasando todo el arbolado a su paso.
En otras cordilleras donde la acumulación de nieve es habitualmente mayor y los aludes de grandes dimensiones son frecuentes, las avalanchas son un importante agente modelador del paisaje. Algunas comunidades vegetales se caracterizan precisamente por estar adaptadas a estas perturbaciones catastróficas más o menos frecuentes y, paradójicamente, en el Guadarrama podemos encontrar algunas de sus especies características en los cortafuegos.
Los aludes observados este año también nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre cómo afrontar este tipo de sucesos naturales. Cada día somos más conscientes de que la gestión moderna de un parque nacional debe integrar la complejidad de la naturaleza, incluidas las perturbaciones naturales. Más allá de los esfuerzos que hacemos para comunicar el riesgo de aludes a los practicantes de actividades de montaña, las avalanchas forman parte de un proceso natural en el que sólo deberíamos intervenir llegado el caso de detectar amenazas graves en la seguridad o la conservación de los ecosistemas del parque.