La domesticación invisible

La sierra de Guadarrama presenta una de las mayores diversidades de vertebrados de Europa, debido a su situación en latitudes medias y a la gran diversidad de hábitats que alberga. La mayoría de estos vertebrados eran tradicionalmente muy difíciles de ver y para los que tenemos ya una edad, el realizar una observación de un corzo o de una nutria en las jornadas de campo de los años setenta y ochenta, suponía prácticamente un milagro que te hacía sentir privilegiado. La observación de animales salvajes, en el mejor de los casos, era una actividad, impredecible, escasa y casi fugaz.

Los animales salvajes siempre habían sido reacios a los humanos, evitándolos, huyendo y refugiándose. Durante miles de años, la fauna silvestre ha desarrollado sofisticados mecanismos de defensa ante predadores como los humanos, como la huida inmediata, los hábitos nocturnos, el mimetismo o el comportamiento de vigilancia. Sin embargo, en las últimas décadas, diferentes circunstancias como la abundancia de especies que antes eran raras, como la cabra montés, el zorro, el jabalí o el corzo, y el gran estallido de los usos recreativos en el campo, han desencadenado procesos de habituación y atracción de la fauna silvestre hacia el ser humano. Además, la mentalidad de respeto y la forma de entender la naturaleza ha evolucionado de manera radical en pocos años. Los niños de los setenta y ochenta tenían tirachinas o escopeta de perdigones y hubieran alucinado si un conejo o una paloma torcaz no se asustara al verlos. Ahora los niños ya no quieren cazar palomas o coger renacuajos, prefieren dar de comer y acariciar a un zorro o a una cabra montés.

Si bien la habituación de los animales silvestres se ha utilizado comúnmente en estudios de recuperación de fauna o de cría en cautividad, considerarla de manera premeditada en un contexto de turismo de naturaleza, por ejemplo, para la observación de lobos o linces atrayéndoles a cebaderos, no ha estado nunca bien vista por conservacionistas o por los gestores de fauna silvestre, argumentando que la habituación troquelaba el comportamiento de los ejemplares haciéndoles más visibles y frágiles, lo que por definición era contraproducente.

Sin embargo, la habituación que la fauna está sufriendo en estos momentos es más una domesticación invisible, que no llama la atención y que se produce favorecida desde colectivos respetuosos y amantes de la naturaleza. Desde la perspectiva etológica, la habituación se explica como un aprendizaje por desensibilización. Los animales reducen progresivamente su respuesta de alerta ante estímulos repetidos que no conllevan consecuencias negativas. A diferencia de sus ancestros, que asociaban la presencia del hombre con la caza, las generaciones actuales perciben al visitante como un elemento neutro o incluso como una fuente de alimento fácil.

Dando de comer de la mano a una cabraEl contacto directo con la fauna salvaje ocasiona un alto riesgo de transmisión de enfermedades como por ejemplo a través de las garrapatas.

Los animales no son personas y su percepción en la mayoría de las ocasiones es impredecible para los humanos. Todos hemos sentido la sensación gratificante que supone tener un animal salvaje cerca, comiendo casi de nuestra mano, una sensación casi afectiva, en la que nos convencemos de que hemos hecho un amigo.

Pero lo cierto es que todos estos mecanismos de aprendizaje que forman parte de la evolución del comportamiento animal y que en otras circunstancias serían procesos naturales, se están sucediendo de manera brusca y problemática, motivados por la interferencia del hombre en los procesos de la naturaleza, provocando situaciones cada vez más inquietantes.

La habituación de ungulados salvajes como la cabra montés o el corzo a la presencia humana puede alterar profundamente su organización social y sus ciclos biológicos. La pérdida de la distancia natural frente al ser humano puede modificar las dinámicas de grupo, favoreciendo concentraciones anómalas de individuos a las zonas de afluencia de visitantes, lo que incrementa la competencia intraespecífica y el riesgo de transmisión de enfermedades, como por ejemplo las transmitidas por vectores como las garrapatas. Además, la alteración de sus rutinas diarias y estacionales, como los desplazamientos tróficos o los periodos de celo y cría, puede desincronizar sus ciclos reproductivos y afectar negativamente la supervivencia de las crías. Esta interferencia humana prolongada puede conducir a desequilibrios poblacionales y a una pérdida de comportamientos clave para la conservación de estas especies en estado silvestre.

La atracción a través de la comida es la situación que conlleva un contacto más estrecho entre los animales y los visitantes, creando a menudo situaciones arriesgadas, en las que la transmisión de enfermedades o el peligro de accidente es más probable. Esta interacción anómala, basada en el alimento, rompe la barrera natural entre especies y compromete la seguridad de las personas, con animales que pueden morder como el zorro o el jabalí, o propinar fuertes golpes, aunque sea de manera inconsciente en su lucha por el alimento, como la cabra montés o el propio ganado.

En este aspecto, la situación de las colonias de gatos asilvestrados es especialmente llamativa. Relativamente abundantes, al menos en la cara sur del parque nacional, campan a sus anchas por las zonas más recónditas, y disponen de abundante comida cerca de los pueblos. Actualmente son una amenaza para la conservación del gato montés, una especie en peligro en toda España y cuyo principal riesgo en este momento es la influencia por enfermedades e hibridación de las colonias de gatos domésticos asilvestrados.

Colonia de gatosColonia de gatos asilvestrados con alimentación suplementaria en el Tranco a 150m del parque nacional.

La habituación de la fauna salvaje es un fenómeno complejo que plantea numerosos retos para los etólogos, ya que puede tener tanto efectos positivos como negativos que, aunque nos permite estudiar más de cerca el comportamiento animal y facilita ciertas tareas de conservación, puede generar alteraciones profundas en la ecología y el equilibrio natural de las especies. En el contexto de un parque nacional, donde el objetivo principal es preservar los ecosistemas en su estado más natural posible, sería deseable mantener a las poblaciones animales con su acervo silvestre intacto, evitando que pierdan el recelo hacia el ser humano y asegurando así su comportamiento natural, su salud ecológica y su papel en el ecosistema de Guadarrama.

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