A vueltas con el lobo... en Guadarrama
Juan Vielva y Fernando Horcajada
Que el lobo ha vuelto a la sierra de Madrid es un hecho que ya nadie pone en duda. El abandono del campo ha supuesto que muchas especies prácticamente extinguidas a principios del siglo XX, hayan resurgido con una fuerza impredecible. El primero, como es lógico, el jabalí, la especie más versátil y con mayor potencial reproductor. El segundo, el corzo… más de lo mismo, pequeño, versátil y adaptable a todo tipo de terrenos. El tercero, el ciervo; éste sí, ayudado por la gran demanda cinegética y recolocado por el hombre en toda la mitad norte de España, dando el toque final a un escenario ideal para que el lobo pudiera recuperar sus territorios perdidos durante la primera mitad del siglo pasado. El último lobo de Madrid, por cierto, fue cazado en el Soto de Viñuelas en febrero de 1985, según una noticia publicada en el ABC.
Tras todo este periplo de expansión, probablemente desde las poblaciones originalmente recluidas en la Sierra de la Culebra y en la montaña palentina, el lobo consigue, en la primera década del nuevo siglo, recolonizar territorios en la vertiente madrileña de la Sierra de Guadarrama. Los primeros ejemplares, itinerantes como es lógico, provenientes de las poblaciones segovianas de la vertiente norte y de las zonas del piedemonte serrano de Riofrío, Casla, Riaza, Torrecaballeros, etc. hacen que las poblaciones se vayan asentando paulatinamente en el valle del Lozoya, confirmando su reproducción en la primavera de 2011.
La enconada enemistad que la gente del campo ha tenido siempre con el lobo volvía a estar presente en nuestra sierra y con ella el eco de una voz del pasado que alerta de la presencia del superpredador… ¡el lobo, que viene el lobo! La situación no es nueva, ni mucho menos. De hecho, para más inri, en una de las principales entradas al Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, en la subida al puerto de La Morcuera, nos encontramos una fuente dedicada al lobero de Miraflores “el tío Francachela”, vecino admirado por todos que llegó a matar más de 200 lobos y que contaba con un sueldo vitalicio por parte de la Diputación de Madrid.
Como decimos, la situación no es nueva y no sorprende a nadie, pero es cierto que muchas cosas han cambiado desde esa época... En primer lugar, la visión del lobo por gran parte de la sociedad; el lobo ha pasado en escasos 40 años de ser una alimaña a ser una joya de nuestra fauna en peligro, tal vez con un punto de inflexión marcado sin duda por Félix Rodríguez de la Fuente. En segundo lugar, la legislación española, que toma como base la Directiva 92/43/CEE o Directiva Hábitat y la transpone a la Ley 42/2007, de 13 de diciembre, de Patrimonio Natural y Biodiversidad, protegiendo de manera prioritaria las poblaciones al sur del río Duero. De hecho el lobo es la única especie cuya conservación es prioritaria para Europa en las poblaciones de fauna del parque nacional. Y en tercer lugar, y a nuestro entender la situación más importante a destacar, las boyantes poblaciones de ungulados silvestres que pueblan nuestra sierra actualmente.
Como consecuencia de ello, desde el parque nacional y más concretamente desde los proyectos sobre la especie llevados a cabo desde su Centro de Investigación , se considera que la mejor opción para proteger el ganado de los ataques del lobo, es mantener buenas poblaciones de ungulados en el parque, especialmente en lo referente al corzo y al jabalí.
Actualmente hay establecida una colaboración entre el Centro de Investigación del Parque Nacional y el Departamento de Zoología de la Universidad Autónoma de Madrid, con el objetivo de analizar este delicado equilibrio entre ungulados silvestres y el lobo.
Los primeros resultados no dejan lugar a dudas ya que, tras el análisis de más de 200 muestras de excremento de lobo y empleando metodologías innovadoras, como realización de improntas de los patrones cuticulares de pelos presentes en los excrementos y el análisis de la condición nutricional a través de isotopos estables, se pudo confirmar que en el 82 % de las muestras analizadas mostraban restos de ungulados silvestres mientras que menos del 18 % de los excrementos presentaban restos de ganado.
Además, el papel del lobo como restaurador de ecosistemas ya se hace notar en el parque, con un efecto positivo en las escalas inferiores de la cadena trófica, como ya se ha observado en otras poblaciones de lobo recuperadas. La presencia de lobo regula la abundancia de mesocarnívoros como el zorro, equilibrando sus poblaciones y aportando un beneficio considerable para especies presa, como la perdiz roja, la liebre ibérica e incluso el corzo, que habitualmente son capturadas por este depredador oportunista. Además, trabajos recientes han demostrado que el papel regulador del lobo sobre las poblaciones de jabalí reduce considerablemente su potencial como trasmisor de enfermedades infecciosas.
A este respecto podemos reseñar que estudios llevados a cabo en el Parque Nacional de Yellowstone tras la recuperación de las poblaciones de lobo, demostraron que la regulación del sobrepastoreo motivada por el lobo, permitió que muchos bosques de ribera se recuperaran y produjeran un aumento de la diversidad en sus ecosistemas.
Sin duda, la presencia del lobo en el parque nacional nos presenta de lleno uno de los grandes retos en la gestión de los espacios protegidos, el mantenimiento de los usos tradicionales y la conservación de especies, cuya resolución a nuestro entender pasa sin duda alguna por un enfoque científico del problema.