La protección de los ecosistemas, un problema de salud pública

Los determinantes de la salud son las circunstancias que influyen sobre el estado de salud de las personas. En 1974 Marc Lalonde agrupó estos determinantes en cuatro grupos. Por un lado, los factores biológicos, que incluyen la genética, el envejecimiento y otros factores orgánicos del individuo. Por otro, los estilos y hábitos de vida sobre los que cada persona ejerce cierto poder de decisión. En tercer lugar, los servicios sanitarios de los que dispone las personas en el lugar en el que viven. Y por último, pero no menos importantes, los factores medioambientales como la calidad del aire, la disponibilidad de agua, la calidad del suelo o el clima, entre otros.

Es a estos determinantes ambientales a los que se debe una cuarta parte de la carga de enfermedad del planeta según la OMS. Trasladando este escenario a nuestro país, hablamos por ejemplo de más de 30.000 muertes prematuras al año debidas a la contaminación atmosférica, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente.

A raíz de estos datos, se han implantado medidas de salud pública en múltiples ciudades para reducir nuestras emisiones de gases y partículas contaminantes, pero las sinergias entre políticas medioambientales y de salud son incontables, dado que nuestro bienestar depende del medio en el que vivimos y de su estado de conservación. Así, la protección, conservación y restauración de áreas de especial valor ecológico, es una medida también de alto impacto en salud pública.

Disfrutando del sol y el aire limpio a orillas del LozoyaDisfrutando del sol y el aire limpio a orillas del Lozoya.

Existen infinidad de relaciones entre los valores de los ecosistemas del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y la salud de la población que reside en su área de influencia. El bienestar y la calidad de vida en esta región depende de sus servicios ecosistémicos como la purificación del agua, la polinización, el mantenimiento de las condiciones climáticas, la regulación de la calidad del aire, el mantenimiento de la fertilidad del suelo e incluso de sus valores estéticos, espirituales y recreativos. Todos ellos son fundamentales para la protección de nuestra salud física y mental y para la prevención de enfermedades.

Existe evidencia científica por ejemplo de que las experiencias y la actividad en entornos naturales tienen muchos más beneficios para nuestra salud física que las experiencias en entornos construidos. Estas producen una mayor reducción de la tensión arterial, de la frecuencia cardiaca, del cortisol, de la glucosa en los diabéticos… Incluso reduce la intensidad del dolor crónico. Las personas que viven en contacto con la naturaleza realizan más actividad física, padecen menos diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y respiratorias, obesidad, migrañas… y las cifras de mortalidad por estas patologías también son menores.

En cuanto a la salud mental, los beneficios del contacto con la naturaleza han sido todavía más estudiados, demostrando que disminuye los niveles de estrés y ansiedad, previene la depresión y la agresividad, mejora la autoestima, la atención, la creatividad, el rendimiento escolar, la productividad y las capacidades cognitivas. También hay que mencionar los valores culturales, estéticos, espirituales o recreacionales que tienen otro tipo de beneficios en la salud más difíciles de cuantificar por la ciencia, pero no menos importantes. Todos ellos hacen que las actividades en la naturaleza se utilicen en psicología clínica para tratar patologías mentales infantiles o para la deshabituación de drogodependencias por ejemplo.

La protección de la biodiversidad es también fundamental para la salud por múltiples razones que pueden parecer menos intuitivas. Por un lado, más de la mitad de los principios activos de los fármacos que se han comercializado en los últimos 30 años provienen de productos naturales: antibióticos, antitumorales, analgésicos, fármacos para el colesterol… Así, en la Sierra del Guadarrama en 1985, se descubrió el hongo Glarea lozoyensis, a partir del que se ha logrado desarrollar el fármaco Caspofungina, antifúngico de gran trascendencia al tener un mecanismo de acción diferente a los previamente existentes, menos toxicidad que éstos y ser eficaz contra los Aspergillus y las Cándidas, que son las especies responsables de la gran mayoría de las infecciones fúngicas graves de las UCIs en nuestros Hospitales. Faltan muchas más especies de flora, fauna y hongos por descubrir y muchos más usos medicinales de estas especies que es primordial proteger de las amenazas que sufren en la actualidad.

Panorámica de la Pedriza un cálido día de verano.Panorámica de la Pedriza un cálido día de verano. Autora: Leticia González.

Por otro lado, la preservación de la biodiversidad es primordial también para el control de las enfermedades transmisibles. La mayor parte de los patógenos para el ser humano pasa parte de su ciclo vital en uno o varios individuos de otras especies con las que cohabitamos. Algunas de las especies que funcionan como hospedadoras de estos patógenos nos los transmiten con más facilidad que otras, de modo que si aumenta el número de especies hospedadoras se produce un efecto de “dilución” reduciéndose el riesgo de transmisión. Por ejemplo, la convivencia de una alta variedad de hospedadores para las garrapatas, como ciervos, cabras, ratones, ardillas y otros, reduce el riesgo de que estas garrapatas adquieran patógenos que se transmiten a las personas, como los causantes de la enfermedad de Lyme, el virus del Nilo Occidental o los hantavirus. Este efecto de dilución sería especialmente interesante en nuestro medio para prevenir la transmisión de la Fiebre Hemorrágica Crimea-Congo, que desde hace unos años pueden transmitir algunas garrapatas de la Comunidad de Madrid y que ya ha causado dos muertes en España. Esta y otras zoonosis emergentes, además de muchas de las enfermedades vectoriales, aumentarán previsiblemente en los próximos años debido a la pérdida de biodiversidad y al cambio climático que altera la distribución de agentes transmisores como las citadas garrapatas o los mosquitos, por ejemplo.

Además, los ecosistemas de la Sierra del Guadarrama son una pieza clave en la regulación de la calidad del aire tan perjudicada en la ciudad de Madrid, y en la disponibilidad y calidad del agua de consumo, aspectos de evidente importancia para la salud humana; el agua que bebemos y el aire que respiramos.

En el caso de la Sierra del Guadarrama, los procesos de intercepción, transpiración, evaporación o infiltración que realizan sus ecosistemas, influyen en el suministro y la calidad del agua de las dos grandes cuencas que separa, la del Tajo al sur y la del Duero al norte, de las que depende el abastecimiento de millones de habitantes. El mantenimiento de estas funciones es una condición básica para prevenir enfermedades de transmisión hídrica en la población de influencia de cada cuenca.

En conclusión, dado que nuestra supervivencia y nuestra salud dependen del mantenimiento del equilibrio de los ecosistemas y de las demás especies con las que los compartimos, las políticas de protección medioambiental y las de salud pública deben ir de la mano.


Amai Varela González
Médico Especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública
de los hospitales de La Fuenfría y Guadarrama