Rascafría en el libro de la Montería de Alfonso XI
Fernando Horcajada
La caza ha sido una actividad vinculada al ser humano desde sus orígenes y ha servido de inspiración a numerosas representaciones artísticas, primero en tiempos prehistóricos en forma de pinturas rupestres y más tarde como obras escritas, desde la antigua Grecia hasta nuestros días. Estos textos han supuesto una vasta y en ocasiones inexplorada fuente de datos para la historia del medio natural y como reflejo del patrimonio inmaterial de muchas localidades españolas. En España, la edad media fue una época especialmente profusa en este tipo de literatura, editándose obras cuyo contenido supuso una valiosísima información no presente en ninguna otra tradición cinegética europea.
En esta época destaca por encima de cualquier otra obra un libro de referencia, tanto a nivel geográfico como en lo referente a la descripción de la riqueza cinegética, El libro de la montería. Este códice, mandado escribir por el Rey Alfonso de Castilla y de León, durante la primera mitad del siglo XIV, está dividido en tres libros en los que se describen con gran detalle las técnicas de caza, los cuidados de los perros y los bosques y montes de caza durante la primera mitad del siglo XIV. Es en el tercero, en el que quedan reflejados de forma minuciosa infinidad de montes de toda España donde tenían lugar las partidas de caza.
Una opinión generalizada entre la mayoría de los estudiosos de la obra es que como libro de caza su valor es escaso ya que gran parte de la documentación propiamente cinegética tiene poca originalidad, puesto que refleja partes muy semejantes de anteriores obras, como el Libro de los animales que cazan, traducción castellana del tratado árabe Kitab al-yawarih (Fradejas Rueda, 1987), en el que están basados gran parte del libro primero y el libro segundo. Sin embargo, es el tercer libro, el más extenso, el que aporta datos novedosos y que en gran medida puede atribuirse a las hazañas y experiencias cinegéticas del rey Alfonso XI. El libro III es el único verdaderamente interesante para la historia del medio natural de la península. No abarca todo el territorio, tan solo zonas escogidas del reino de Castilla y León, por lo que quedan excluidos Portugal, Navarra, Aragón y el reino nazarí de Granada.
El tercer libro, describe a lo largo de 30 capítulos, de manera bastante monótona, más de 1.560 montes, con descripciones que van desde las escuetas en las que se informa del nombre del monte, qué tipo de caza es posible encontrar y en qué época, hasta las más completas en las que se indica, además, en dónde se han de situar las bozerías (ojeadores que con sus gritos levantan las piezas de caza y las dirigen), las armadas (líneas de cazadores que esperan la pieza levantada cerrando la mancha) y los renuevos (lugares donde se sitúan los perros de refresco que van con los ojeadores). Aparte de la información sobre la presencia de especies cinegéticas en los diferentes montes –oso, jabalí, zebro (probablemente refiriéndose a la especie Equus hydruntinus) y raramente el ciervo (además se echa de menos alguna referencia al corzo y a la cabra montés), el Libro de la montería es de gran valor porque permite hacerse una idea sobre el paisaje, con designaciones descriptivas de los lugareños que informaron a los monteros del rey Alfonso, en los que abundan los especies de plantas como aliso, almarjo, algarrobo, almez, acebuche, retama, lentisco, tejo, madroño, etc. o de animales como águila, buitre, culebra, halcón, gavilanes, etc. (Fradejas, 2017). Las técnicas aplicadas en las monterías demuestran un conocimiento muy preciso de cada uno de los montes lo que ratifica las importantes aportaciones de estos lugareños tanto en la ubicación de la montería como en la forma de montearla. En las monterías de oso, la bozería iba por las cumbres o cimas de los montes, por donde el oso intentaría romper para escapar, de manera que los voceadores, o batidores, tenían que enfrentarse a las duras cuestas a primera hora de la mañana. En las de puerco, las bozerías se desarrollaban por zonas menos escabrosas, aunque a menudo se combinaban las batidas de oso y de puerco (Domingo Pliego, 2011).
Es en el libro tercero, que habla de “Los montes de Castilla y de León y Andaluzia y de lo que sucedió al Rey en el monte”, en los capítulos X y XI, donde se describen un gran número de montes de la Sierra de Guadarrama “Tierra de Segovia, Manzanares y el Valle del Lozoya” y “Tierra de Buitrago”, calificadas como excelentes zonas de oso y puerco. En concreto, durante la Edad Media el Valle de El Paular gozaba de una exuberante riqueza cinegética que constituía un cazadero real para la dinastía de los Trastámara, lo que supuso que a finales del siglo XIV, Juan I de Castilla, por orden de su padre Enrique II, hiciera posible la construcción del Monasterio de El Paular, en los terrenos que utilizaba la casa de Trastámara como cazadero real, ya desde los tiempos de su abuelo Alfonso XI.
Repasaremos el capítulo X del libro tercero, dedicado en parte a recorrer los cazaderos reales del Valle de El Paular, como sitio privilegiado elegido por la realeza, comparando las manchas de las cacerías y su situación en la Edad Media, con sus ubicaciones en la actualidad.
El capítulo X, “De los montes de Tierra de Segovia e Manzanares el Real e Lozoya” se dedica profusamente a la descripción de las manchas de caza de la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama, describiendo zonas en Peguerinos, Navalagamella, Colmenar Viejo, Viñuelas, Guadalix, Bustarviejo, pasando también a describir montes de Segovia como el Espinar o Valsaín o Riofrío. Aun así, antes de centrarse en el apartado dedicado a los montes del Valle del Lozoya, hay descrita alguna mancha que alcanzan el término municipal de Rascafría y que es adecuado mencionar.
Al describir los montes de Guadalix y Porquerizas (Miraflores de la Sierra) se describe la primera montería que afecta a territorio de Rascafría, el monte de la Ferreira: “El monte de la Ferreira (monte de la Herrería, lo que actualmente es monte Aguirre) es buen monte de osso en verano e a las veces en invierno lo es en el real. E son las bozerías, la una desde sobre las Porquerizas, hasta encima del camino de la Morcuera. E la otra desde la Nava de don Tello hasta a par del collado de la Siella (Collado de la Dehesilla). E es la armada en el Collado del Cabron. E ha menester renuevos en el collado de la Siella.” Por lo que parece la mancha monteaba el actual Hueco de San Blas, desde la subida al Puerto de la Morcuera hasta el actual Collado de la Dehesilla, o la Silla, lo que supone, que comparadas con las actuales manchas de caza abarcan entre 5 y 10 veces una mayor superficie.
Como avanzábamos antes, en el capítulo X hay un apartado que el autor dedica por completo a los montes del Valle del Lozoya “En el Val del Lozoya ay estos montes”. En el valle se describen hasta catorce monterías, de las cuales cuatro están parcial o íntegramente en el término de Rascafría.
La primera montería descrita en el ámbito del Valle de El Paular es El Hondón y la Ladera: “El Hondon e la Ladera que es en derecho de Piniella, e del Alameda es todo un monte, es bueno de puerco, e a vezes ay osso, e son las bozerias, la una por cima de la cumbre que es entre esta ladera, e el çarçoso hasta encima del Bodon q no passe al çarçoso e la otra por el camino de la Morcuera, que va de Santana a las Porquerizas que non passe al Aguilon, et son las armadas las unas en par de Santana et las otras en derecho de Piniella”. Como se describe, esta montería abarcaba la parte del monte de La Morcuera que limita con el arroyo de Santana, y luego se extiende por los actuales montes de Moroviejo y Santana en Alameda del Valle y Villanadillas en Pinilla del Valle. Una de las armadas estaba situada en el arroyo de Santana a modo de traviesa, ya que se monteaba a un lado y a otro del arroyo, hasta lo que hoy se conoce como la cabeza de El Espartal.
La segunda montería, el Aguilón, Pinar de Rascafría, los Pinganillos, las Guarramillas, el arroyo del Ferrero y la ladera de Peñalara: “El Aguilon et el pinar de Rascafría et los Pinganiellos et las Guadaramiellas e el arroyo del Ferrero e la ladera deyuso (desde abajo) Peña lara es un buen monte de osso en verano et ay siempre buenos puercos, et son las bozerias, la una el camino que va a de Santana a las Porquerizas teniendo los rostros contra el Aguilon et por cima do nace el arroyo del Ferrero (arroyo del Hierro) et desde este arroyo del Ferrero por cima del pinar hasta el collado que dicen de Lozoya, que non passe a Valsabin et del collado del Lozoya (Puerto de los Cotos) hasta en Peñalara, et desde en Peñalara por cima de la cumbre hasta el puerto del Reventon que non passe a la Santa (la Saúca), et que este un renuevo (perros de refresco) sobre las guadaramiellas, et otro sobrel arroyo del Ferrero & otro en los Pinganiellos, et otro en Cabeça mediana, et son las armadas la una en naval Pino, & la otra en naval Cabez (Navalcaz)”. Sin duda vuelve a llamar la atención la extensión de la mancha que abarca prácticamente todo el Valle de El Paular, unas 7500 ha, desde donde iría situado el monasterio de El Paular, hasta el collado del Lozoya o actualmente el puerto de los Cotos, por lo que en la montería era necesario tener zonas de renuevos con rehalas de refresco. Se aprecia que el valle mantenía en verano una temperatura ideal para el refugio de osos y jabalíes, por lo que era una mancha especialmente propicia para esta época. Algunos topónimos como Navalpino, donde iba ubicada una de las armadas, no ha sido encontrado. Algunos estudiosos afirman que podría ir en la zona del cerro del Cabezuelo y otros que se refiere a la sillada de Garcisancho o a la de Malabarba, aunque no queda del todo claro.
La tercera montería descrita en el Valle de El Paular afecta principalmente a la solana de Alameda y Pinilla del Valle, aunque llega a la actual zona de Peñas Crecientes en Rascafría, por lo que también se incluye. La Santa y el Porrinoso: “La Santa (La Saúca) y el Porrinoso es todo un monte, et es bueno de osso en vernano e en invierno, e de puerco a las vezes e es la bozería en el camino que va de val de Loçoya al puerto de Çega (Puerto de Navafría) por cima dla sierra (La Sierra) pasada falta encima del puerto de mal Agosto, et desde el puerto de mal Agosto el camino ayuso falta la casa q cita de ayuso del puerto, e es la armada en majada somera (Majada Somera)”. Llama la atención que la denominación La Santa es utilizada en esta y en otras monterías para denominar toda la ladera desde el puerto de Calderuelas al Pico del Nevero, lo que actualmente son las fincas de La Sierra y la Saúca. En el texto original se lee claramente La Santa, por lo que parece que la Saúca no hace referencia a un topónimo relacionado con la vegetación, sino que es una deformación del nombre original de esta zona, La Santa, debido a que la “t” se asemeja bastante a una “c”.
Sorprende al finalizar este apartado, cuando el autor avanza ya hacía el valle medio del Lozoya, describiendo las manchas a la altura del puente del Congosto, hace un giro de forma brusca para acabar el capítulo describiendo la cuarta montería del Valle de El Paular que se daba en las laderas del actual monte de Las Calderuelas, sin duda un despiste. Es sorprendente que una de las armadas de esta montería coincide exactamente con la armada del camino del Reventón, que actualmente cierra la mancha de la batida de Calderuelas. “Las Queseras (Las Caseras) e el Pinarejo q es enderredor de Rascafria es todo un monte, e es bueno de puerco en verano, e son las bozerias, la una en el camino del Reventon, hasta encima de la cumbre, e desde encima del puerto por cima de la cumbre hasta el puerto del Malagosto por el camino Ayuso que no pase a la Santa (La Saúca), e son las armadas la una en la falda del puerto de Malagosto, e la otra en el comienço del camino del Reventon”.
A través de este viaje por los terrenos medievales del Valle de El Paular en el que aparecen descritas fuentes, ríos, montes y caminos que han permanecido más de 6 siglos prácticamente inalterados, tomamos consciencia del valor que la actividad cinegética ha tenido en esta zona, no solo en referencia a la conservación del medio natural sino de la propia fundación del Valle, desde que la construcción del monasterio de El Paular sobre los antiguos palacios y pabellones de caza de Juan I, así como las tierras que los rodeaban y distintas rentas que fueron donadas a la Orden Cartuja. Se puede decir pues que, a partir de la fundación de la cartuja toda la historia del Valle y en especial la de Rascafría, estuvo vinculada originalmente a la actividad cinegética.