¡¡¡ Menudo estrés !!!
Fernando Horcajada
El Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama es uno de los espacios protegidos más visitados de España, con más de 2 millones de personas al año, y eso sin contar el resto de actividades humanas que se desarrollan, fundamentalmente, en su zona periférica, como la ganadería, las actividades forestales, la recogida de setas, la caza, las carreras de montaña, los deportes de invierno, tráfico de carreteras, etc.
Nuestra visión antropocéntrica de este escenario, a menudo se deja llevar tan sólo por la percepción del paisaje; si observamos un paisaje bonito parece que todo está bien. Pero mucho me temo que desde el punto de vista animal la realidad no es tan idílica. Para los animales la tranquilidad lo es todo. La supervivencia de muchos de ellos depende casi por completo en pasar desapercibidos. Cuando una liebre es levantada de su encame por unos senderistas, se expone peligrosamente a ser detectada por sus predadores, lo que le genera unos niveles de estrés enormes. El ruido de muchas de las actividades realizadas por el hombre, influye directamente en la comunicación de muchas especies de anfibios y de aves, disminuyendo su capacidad para reproducirse o para detectar la presencia de un peligro.
El estrés, desde el punto de vista humano, a menudo es relacionado con el exceso de trabajo, el tráfico, las prisas o no llegar a fin de mes. Sin embargo, desde un punto de vista más académico podríamos decir que el estrés es un mecanismo de adaptación de los organismos a diferentes estímulos externos (por ejemplo un predador) o internos (una enfermedad), que le ayuda a superar y adaptarse a una situación inesperada. Este estimulo supone una cascada de respuestas fisiológicas y cambios neurofisiológicos en el organismo de manera secuencial y con distintas repercusiones, en un proceso denominado Síndrome de Adaptación General.
Quién no ha notado después de un susto o al salir a hablar en público un temblequeo en las manos… simplemente es el exceso de adrenalina en nuestros músculos. Si fuéramos una liebre o un corzo, ese exceso de adrenalina y cortisol en nuestro torrente sanguíneo nos hubiera posibilitado correr más rápido, reaccionar antes, incluso ver y oír mejor; toda una adaptación fisiológica del organismo para tener más posibilidades de huir del zorro o del águila real. Esta reacción la podríamos calificar como el estrés bueno, ya que nos ayuda a sobrevivir, a solucionar problemas.
Pero no siempre las situaciones de estrés se gestionan de manera adecuada. En ocasiones las interferencias en el medio natural, como son los impactos producidos por la actividad humana en el Parque, generan el denominado estrés malo, lo que se ha definido como estrés crónico. Los estímulos adversos inician en los animales una cascada de respuestas fisiológicas, que incluyen la activación del eje corticotropo (hipotálamo-pituitaria-adrenal), y la secreción de glucocorticoides y adrenalina por la glándula suprarrenal. Cuando los estímulos estresantes se mantienen en el tiempo, se pasa a un estado prepatológico, en el cual los mecanismos reguladores y adaptativos empiezan a fallar; a esta fase se le denomina estado de agotamiento o estrés crónico. Este estado acarrea consecuencias en la fauna que pueden suponer inhibición de la reproducción, aumento de enfermedades, aparición de úlceras, desajustes en el metabolismo de la glucosa y un largo etc. que puede condicionar, sin duda, la supervivencia de las poblaciones más frágiles del Parque.
Entre los proyectos que se desarrollan actualmente en el Centro de Investigación del Parque Nacional están los dirigidos a la determinación de medidas de adaptación y mitigación de los efectos del uso público en las zonas de alta montaña. Alguno de estos proyectos son desarrollados exclusivamente por el Centro y otros mediante la colaboración con distintas Universidades. En el caso que nos ocupa se señala la colaboración con el departamento de Zoología de la Universidad Autónoma de Madrid. Fruto de esta colaboración el Centro de Investigación del Parque Nacional ha evaluado los niveles de estrés en tres especies de vertebrados emblemáticos del Parque Nacional, el corzo, el lobo y el buitre negro.
Los resultados, no sólo valen para analizar la condición física de estas tres especies clave en los ecosistemas del Parque, sino que sirven como indicadores de gestión, que nos permiten valorar la repercusión en la fauna en particular y en el ecosistema en general, de las diferentes actividades que el hombre realiza en este espacio protegido.
Podemos mencionar, a modo de ejemplo, que los niveles de estrés en el corzo, medidos como concentración de glucocorticoides en heces frescas, nos están indicando que sus poblaciones están más estresadas si sus territorios son cercanos a carreteras, que si están alejados de ellas. Además, los análisis nos muestran que las poblaciones sufren mayor estrés en hábitats artificiales, como los pinares de repoblación, que en hábitats naturales, como los rebollares. A su vez, estas metodologías no invasivas, también nos indican la relación de este cérvido con el ganado, que le dificulta, aún más si cabe, la vida en los hábitats malos, como los mencionados pinares de repoblación, pero sin embargo le facilita el acceso a la comida en los hábitat buenos, como los rebollares, en los que el ganado abre las matas de roble, permitiendo a la orla de arbustos, muy apreciados por el corzo, emerger con mayor fuerza y diversidad.
Afortunadamente, estas nuevas metodologías no invasivas, aplicadas a la gestión, nos orientan hacia una forma de entender y disfrutar de la naturaleza en la que el punto de vista animal sí está presente, ayudándonos a empatizar con el resto de seres vivos y recordándonos que nuestro dominio de la naturaleza no nos hace dueños de ella por derecho propio.