El ganado se desconfina
Sonia de Francisco
Desde hace siglos con la llegada de la primavera, por San Isidro, como dicen los serranos, el ganado ha aprovechado los pastos de altura de la Sierra de Guadarrama. Entonces, dada la importancia que suponía para la economía el comercio de la lana, eran las ovejas merinas en trashumancia y trasterminancia las que pasaban la temporada estival disfrutando de los frescos pastos de estas cumbres. En el valle alto del Lozoya, el monasterio de Santa María de El Paular llegó a poseer una extensa cabaña de unas 86.000 ovejas.
Desde la segunda mitad del pasado siglo es fundamentalmente el ganado bovino: vacas negras, rojas y blancas, o lo que es lo mismo avileñas (la raza autóctona de esta zona), limusinas y charolesas, quienes aprovechan ahora estas praderas “transformándolas” en la apreciada Carne de Guadarrama.
Pero no hay que ver únicamente la ganadería como una actividad económica de producción de carne que además contribuye a la fijación de la población local, la ganadería en extensivo y con unas cargas compatibles con la conservación de otras especies, tanto animales como vegetales, beneficia al medio de diferentes formas:
- Ayuda a la prevención de incendios forestales al reducir el volumen de la carga de combustible disponible.
- Es un elemento importante en la dispersión de semillas y abonado natural del suelo.
- Mantiene la diversidad del paisaje y de los ecosistemas
Al finalizar octubre, popularmente en los Santos, ante la llegada de las primeras nevadas, el ganado comenzará a descender de nuevo por las laderas, para permanecer durante los meses más fríos en las zonas de invernada (zonas bajas de las dehesas boyales principalmente) y prados de fondo de valle. Allí podrán aprovechar la hierba verde de otoño hasta que lleguen las heladas y las nieves invernales, será entonces cuando los ganaderos les realicen aportes constituidos principalmente por heno, segado en los prados durante los meses de junio y julio, y paja de cereal.
Las vacas ya disfrutan de los frescos prados de esta primavera madrugadora y generosa y quizá, viendo a sus terneros corretear de aquí para allá entre las amarillas flores de los piornos y cambroños, tal vez, se pregunten: ¿Por qué estará la Sierra tan tranquila?
“Ya no suben al Collado
los pastores de merinas,
su chozo quedó olvidado
sus corrales en ruinas.
Se marcharon de estas villas,
trashumando sus recuerdos
entre flores amarillas”
- Cesar Calvo, 2020.