Roquedos: biodiversidad oculta
Jose Luiz Izquierdo
Los roquedos y medios afines (ambientes rupícolas) constituyen uno de los hábitats más difíciles para el asentamiento de la vegetación, debido a la falta de suelo y a la casi nula disponibilidad de agua. Además, si nos encontramos en zonas de cumbres, como es el caso al que nos referimos en esta entrada, se añaden las condiciones extremas de la alta montaña mediterránea, como son las bajas temperaturas invernales y la acusada sequía estival. A estas “prometedoras” condiciones también hay que sumar que los roquedos, al contrario que los pastos o matorrales colindantes, no suelen gozar de la protección del manto nival tanto como ellos, debido a su inclinación y al calor que absorben, lo que se traduce en una menor acumulación de nieve y en un deshielo más prematuro, y, por tanto, en un periodo de exposición mayor a las temperaturas extremas del invierno. Así, ante la contemplación de un roquedo, la primera impresión que tenemos es la de un espacio desnudo de vegetación, un auténtico desierto de piedra. Sin embargo, al recorrerlo, observamos una diversidad moderada de plantas, aunque, en general, aparecen muy alejadas unas de otras.
En su conjunto, los ambientes rupícolas suponen una superficie superior al 9% del territorio que ocupa el parque nacional. Se pueden distinguir tres tipos de ambientes rocosos, según su naturaleza y grado de fragmentación de la roca: roquedos como tales, canchales y gleras. Estas diferencias generan diferentes hábitats. Los tres ambientes se mezclan en las zonas elevadas del parque, y conviven con zonas de pastos y matorrales de altura.
En los roquedos, compactos y en algunas zonas con una continuidad notable, las plantas vasculares aparecen muy dispersas y ocupando fisuras y repisas, lugares en los que se forma el poco suelo existente. En ellos se desarrolla una comunidad de especies singulares caracterizada por la consuelda (Saxifraga pentadactylis subsp. willkommiana), un endemismo que presenta poblaciones aisladas en el Sistema Central, Sistema Ibérico y, de forma más puntual, en la Cordillera Cantábrica. Aunque en los roquedos, los organismos más numerosos y que presentan mayor diversidad pasan desapercibidos: son los líquenes. En las rocas de la alta montaña de la Sierra de Guadarrama han sido catalogadas alrededor de 200 especies diferentes de líquenes rupícolas (Sancho, 1999, segundas jornadas científicas PNP). La mayoría de ellos presentan talos inmersos en la roca y que apenas emergen de ella, dejando verse tímidamente gracias a sus estructuras reproductoras.
Los canchales están formados por fragmentos de roca de cierto tamaño, lo que les confiere, en general, poca movilidad. Se trata probablemente del ambiente rupícola más estéril, con el permiso de algunos roquedos, con manifestaciones muy dispersas de vegetación. Estas manifestaciones corresponden a comunidades dominadas por dos vistosos helechos con óptimo en el norte de Europa, que alcanzan el sur de forma puntual, Cryptogramma crispa y Dryopteris oreades.
Por último, las gleras están formadas por fragmentos pequeños de roca, y las existentes en estas montañas suelen estar relativamente asentadas y con zonas de suelo entre los fragmentos, lo que hace que sea el ambiente rupícola con mayor densidad de plantas, aunque siempre con una cobertura baja. En las gleras existe una comunidad vegetal de gran interés, en la que dominan plantas de floración llamativa como la belesa (Senecio pyrenaicus subsp. carpetanus) o la dedalera (Digitalis purpurea subsp. carpetana), las cuales constituyen variantes genéticas locales que algunos botánicos han reconocido como endemismos.
Estos tres ambientes rupícolas tienen en común albergar una cantidad importante de especies endémicas de la alta montaña ibérica, concretamente endemismos carpetanos, carpetano-ibéricos o carpetano-ibérico-cantábricos, según sea su distribución en estas tres importantes cordilleras de la Península Ibérica. También hay un componente importante de especies de ámbito eurosiberiano con su límite de distribución en las montañas del centro de España. El parque nacional está realizando un seguimiento de estas comunidades, haciendo hincapié en las especies que se encuentran más amenazadas. En primer lugar se han catalogado las poblaciones de estas especies y se han valorado las amenazas que presentan. Gran parte de ellas se encuentran muy fragmentadas y aisladas en las zonas de cumbres, separadas entre sí por no muchos km de distancia, pero por valles profundos intermedios que constituyen grandes obstáculos para su dispersión.
A esta acusada fragmentación se unen amenazas como la herbivoría y el cambio climático. La herbivoría se debe principalmente al incremento acusado de la población de cabra montesa (Capra pyrenaica) en los últimos 20 años, aunque la depredación que ejerce este mamífero sobre las plantas rupícolas es muy desigual, y depende del cordal donde nos encontremos y también de la preferencia del animal, que afecta a unas especies más que a otras e, incluso, algunas no son consumidas. En este sentido se disponen ya de datos de estas afecciones (Perea & Refoyo, 2019, informe UPM-PNSG) y se espera repetir los muestreos el año próximo. Por otra parte, el incremento de las temperaturas debido al cambio climático se traduce en la migración altitudinal de algunas especies, hecho que ya ha sido constatado en varios estudios científicos (Escudero & al., 2012; Ecosistemas 21(3):63-72). En el caso de las comunidades que habitan en las cumbres, como es el caso que nos ocupa, la pérdida de hábitat puede ser irremediable, ya que no disponen de espacio a mayor altitud.
Como ejemplo podemos comentar el caso de una especie muy interesante que habita en los canchales del parque nacional, y cuyas poblaciones hemos revisado recientemente. Se trata del polígono alpino (Polygonum alpinum), una planta eurosiberiana que en la península solo se encuentra en el Pirineo Oriental y en el Sistema Central, con poblaciones muy escasas y dispersas. Esta planta presenta rizomas rastreros que desarrollan raíces en los nudos, adaptación que le permite buscar el poco suelo que existe entre los bloques de piedra de los canchales. Tiene unas inflorescencias piramidales que hacen que la floración sea muy vistosa. En la Sierra de Guadarrama existe en el entorno de cinco cumbres diferentes. Mientras que en algunas de ellas mantiene poblaciones con un número de individuos aceptable, en otras existen muy pocos individuos e incluso algunos de ellos han desaparecido. De momento no se ha detectado que sea consumida por los ungulados silvestres ni por el ganado doméstico.
Los ambientes rupícolas presentan, como hemos visto, un elevado interés para la conservación. Los organismos más visibles son las plantas vasculares, muy singulares y dispersas, pero en ellos existe una enorme diversidad oculta que aún no conocemos: hemos comentado algo sobre los líquenes; pero además existe, bajo esas rocas, una comunidad espectacular de invertebrados que está siendo estudiada actualmente y que está proporcionando muchas sorpresas (Ortuño & al., Proyectos de investigación en Parques Nacionales: 2015-2019). Pero este es otro tema que se escapa del humilde objetivo de esta entrada.