El valle de El Paular: elevada biodiversidad intramontana
Jose Luiz Izquierdo
Espectacular floración del pinpájaro (Brassica barrelieri) en el Valle de El Paular. La fotografía fue tomada a finales del mes de abril de 2020, en plena pandemia. Autor: Jose Luis IzquierdoEl Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama es un enclave que presenta una elevada diversidad vegetal. En general, esta diversidad está ligada, principalmente, a los hábitats de las zonas elevadas, relacionados con los restos de los últimos glaciares que hubo en estas montañas y que nos han dejado un conjunto de cubetas con lagunas y charcas, roquedos, canchales, gleras, etc.
Pero en esta nota queremos poner en valor un punto caliente de biodiversidad alejado de las cumbres, y que, por tanto, no se encuentra en el interior del parque, aunque sí en su zona periférica de protección. Se trata de los prados de fondo de valle de El Paular. Nos encontramos en el ambiente de los bosques mixtos de fresno y rebollo, pero la geomorfología de este valle, con afloramientos calizos y un nivel freático próximo a la superficie, junto con los usos agropecuarios tradicionales existentes durante siglos, ha conformado un paisaje muy singular. El resultado es un mosaico de prados con diferentes grados de humedad, setos con vegetación natural ligados o no a muros de piedra seca, bosquetes de fresnos, temblones o árboles aislados, bosques galería que acompañan a pequeños arroyos, e incluso zonas higroturbosas encharcadas permanentemente. Esta variedad de hábitats se traduce en una acusada diversidad vegetal: más de 300 especies diferentes de plantas vasculares viven en el ámbito de estos prados, nada más y nada menos.
Prado húmedo con fresnos cabeceros, a principios de la primavera, donde se observa la floración de Ranunculus repens. Autor Jose Luis Izquierdo.
Otra peculiaridad de este valle es su microclima, condicionado por su ubicación entre altas montañas y su orientación NE, con frecuentes fenómenos de inversión térmica y veranos frescos, proporcionando una gran originalidad en el ambiente mediterráneo donde nos encontramos. Por ello constituye un refugio de plantas de distribución eurosiberiana y boreoalpina; aproximadamente la mitad de las especies que habitan en este entorno presentan este rango de distribución.
Todas estas especies conviven alternando sus procesos biológicos, expresándose esta convivencia en diferentes pulsos de floración. Estos pulsos han sido descritos por algunos investigadores que estudiaron la interesante dinámica de estos prados (Minaya & Cebolla, 2015; Pastos 45:20-35). En primer lugar, y en los comienzos de la primavera, florecen los narcisos, para dar paso a continuación a los ranúnculos y a las primaveras; posteriormente, a finales de abril y durante el mes de mayo, tiene lugar la floración más espectacular y de mayor número de plantas, con chupetes, jaramagos, pinpájaros, orquídeas, nazarenos, campanillas, jacintos… Y se ponen de acuerdo con el cerezo aliso o lilo blanco, habitante de los setos, en otra de las floraciones más vistosas. Ya a finales de la primavera y en la primera parte del verano, completan su floración y su desarrollo hipéricos, armerias, filipéndulas, gordolobos, y, especialmente, las grandes gramíneas que proporcionan biomasa y calidad a los prados de siega (Arrhenatherum elatius, Dactylis glomerata, Holcus mollis, etc.). El verano se completa con juncáceas y algunas especies muy singulares en esta región, como es la pimpinela mayor (Sanguisorba officinalis). Finalmente, algunas especies aprovechan el otoño para florecer, como algunas margaritas, centaureas y azafranes.
Los chupetes (Pedicularis schizocalyx) son característicos de los prados de siega húmedos. Esta planta es un endemismo del centro de la Península Ibérica que se encuentra muy localizado.
Estas dinámicas complejas proporcionan a estos mosaicos de pastos y arbolado una variabilidad estacional acusada que se plasma en un cambio muy llamativo del paisaje a lo largo del año, muy atractivo y sorprendente para el observador.
La conservación de estos paisajes no es tarea fácil, ya que el paso de los años ha traído consigo dos importantes amenazas. Por un lado, la desaparición progresiva de los usos tradicionales y los cambios de uso: en un estudio reciente realizado por los investigadores Iñaki Mola y Ana Méndez para el parque nacional, se ha concluido que durante el periodo 1956-2019 se ha producido una disminución de más de un 17% de la superficie de los prados de siega del valle alto del Lozoya. Por otro lado, el cambio del clima, que afectaría a muchas de estas especies, que, como comentábamos, tienen una distribución preferentemente norteña y viven aquí, refugiadas, en estos ambientes frescos. Sin ir más lejos, en este año 2023, un invierno e inicio de primavera anormalmente cálido y seco ha alterado la floración vistosa y simultánea de varias especies, produciéndose ésta de forma más escalonada. Así mismo, un mes de mayo más frío y húmedo ha ralentizado también estos procesos, incluido el crecimiento de las grandes gramíneas, esencial para la labor de la siega. Posteriormente, la llegada del verano tardío parece que ha normalizado, quizás a destiempo, los pulsos normales correspondientes a la estación. Éstas son las consecuencias de las irregularidades del clima actual, las cuales se repiten cada vez con mayor frecuencia y que, ciertamente, no sabemos cómo afectarán a estos paisajes más a largo plazo.