La vida en el Campamento Byers

Hace unos días anunciábamos el inicio de la campaña de campo de un proyecto para el estudio de unos lagos antárticos, con la participación del Centro de Investigación, Seguimiento y Evaluación del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.

En esta entrada merece la pena detallar un poco la zona donde están situados estos lagos y el modo en que trabajamos los científicos en ella. Se trata de la Península de Byers, una extensión de unos 85 km2 en el extremo este de la isla Livingston, del archipiélago de las Islas Shetland del Sur, en la Antártida. Esta zona relativamente pequeña atesora sin embargo unos valores extraordinarios desde el punto de vista científico, gracias en buena medida a que durante el verano austral se encuentra libre de nieve y hielo. Para empezar, cuenta con unos 60 lagos de distintos tamaños y profundidades, y que prácticamente no han sufrido ninguna influencia humana durante los últimos milenios. Esto los hace particularmente útiles para el estudio del cambio global, incluido los efectos del cambio climático.

En cuanto a los ecosistemas terrestres, esta zona tiene una extraordinaria biodiversidad para lo que son los ecosistemas antárticos:
aparecen conjuntamente las dos únicas especies de plantas vasculares nativas de toda la Antártida; también aparece la única especie de insecto alado de toda la Antártida, un pequeño mosquito que vive en estos lagos. Alrededor de una décima parte de la península es territorio “verde”, cubierto por varias especies de musgos y por tapetes microbianos, unas complejas estructuras de microrganismos que tapizan el suelo en estas condiciones climáticas tan adversas. Buena parte del resto de la península está colonizado por multitud de líquenes de diversas formas y colores.

131 03 KikoPNSGIgnacio Granados, del Centro de Investigación del parque nacional, en uno de los lagos que se están investigando en la Antártida.

No menos importante es su importancia para el estudio de la geología, tanto de las rocas y procesos geomorfológicos que se observan tras el deshielo estival, como del propio domo glaciar que delimita la península por el oeste. Por si fuera poco, es de los mejores lugares arqueológicos para estudiar cómo vivían los cazadores de focas en sus precarios refugios en torno a los años 20 del siglo XIX.

No sorprende, por tanto, que la Península de Byers haya sido designada como Zona Antártica de Especial Protección (ASPA, por sus siglas en inglés) con el objetivo de conservar todos estos valores naturales y potenciar su estudio científico. Al tratarse de una zona extraordinariamente frágil y vulnerable a los impactos humanos, sólo está permitido el acceso con permiso de la autoridad nacional responsable de la investigación antártica y únicamente con fines científicos o de apoyo a estos. Es más, dentro del ASPA hay a su vez dos “santuarios” a los que ni siquiera los científicos pueden acceder, o que sólo podrían hacerlo por razones más que justificadas y con extraordinarias medidas para evitar cualquier tipo de contaminación química o microbiológica de ese entorno.

Salvo que la investigación lo haga indispensable, los investigadores se alojan en tiendas de campaña en el Campamento Byers, en el que sólo puede haber un máximo de 12 personas simultáneamente. En el campamento hay dos pequeños iglús de fibra de vidrio que sirven como laboratorio y como cocina-comedor respectivamente, y es la base logística para todos los trabajos de campo que se realizan en la península. Del traslado al campamento Byers se encarga la Armada Española, en esta ocasión gracias al buque oceanográfico Hespérides.

Campamento Byers, con los dos iglús (laboratorio y habitabilidad) y las tiendas de campaña de los investigadores y técnicos de montaña. Autor: Ignacio Granados.Campamento Byers, con los dos iglús (laboratorio y habitabilidad) y las tiendas de campaña de los investigadores y técnicos de montaña. Autor: Ignacio Granados.

Son condiciones muy austeras, con severas limitaciones logísticas, y por ello es fundamental la presencia de uno o dos técnicos de montaña que apoyan los trabajos científicos y se responsabilizan de su seguridad. En este sentido hay que señalar que la mayor parte del tiempo no hay disponible ningún sistema de transporte que comunique el campamento Byers con las bases antárticas españolas o con cualquier otro emplazamiento habitado, lo que supondría un grave problema en caso de una emergencia o un problema médico.

Por supuesto, la meteorología de esta zona de la Antártida suele ser relativamente adversa, con temperaturas rondando los cero grados, frecuentes precipitaciones de lluvia o nieve y fuertes vientos. Todos los desplazamientos se realizan a pie, porteando todo el material de investigación y el equipo personal de los investigadores necesario para hacer frente a repentinos cambios de tiempo. No es raro que haya días es lo que sea imposible salir del iglú para realizar los trabajos de campo.

Un investigador porteando material científico a uno de los lagos. Autor: Manuel Toro.Un investigador porteando material científico a uno de los lagos. Autor: Manuel Toro.

En el campamento se sigue una estricta política de cero residuos, que son evacuados del campamento y su entorno. Esto incluye la basura que se genera durante la campaña (que se optimiza para que sea la mínima posible), las aguas grises y, también, la orina y excrementos de los propios investigadores.

En definitiva, tenemos la suerte de estar participando en un considerable esfuerzo técnico y logístico de diversas instituciones para afrontar un enorme reto científico en uno de los lugares más extraordinarios del planeta.