Educación ambiental: una nueva esperanza
José Antonio Guerra
No es necesario hacer un gran esfuerzo de observación para percatarse de los grandes problemas ambientales a los que nos enfrentamos en nuestro entorno más cercano, urbano o natural: abandono de basura y residuos en las calles y en el campo, masificación del entorno natural, urbanismo desaforado, erosión de senderos y zonas verdes, etc. Y eso por no hablar de las grandes cuestiones ambientales a escala global, como el cambio climático, la contaminación, la escasez de agua, las deforestaciones, los incendios forestales…
Ante esta situación tan dramática tenemos dos alternativas bien diferenciadas. Por un lado podemos dejarnos llevar por la desesperanza y el derrotismo, pensar que todo está perdido, que no hay nada que hacer y que cualquier esfuerzo será en balde, por lo que no merece la pena intentar cambiar nada. La actitud contraria a la anterior supone pasar a la acción. Ser conscientes de los grandes retos a los que nos enfrentamos, sí, pero desde una actitud esperanzada y dispuesta a cambiar lo que, cada uno en su medida, pueda cambiar.
Esta segunda actitud es la que intento poner en práctica como educador ambiental de los Centros de Visitantes del Parque. Mi misión, así como la de todas las personas que, como yo, tienen la inmensa fortuna de dedicarse a la Educación Ambiental, es aportar nuestro granito de arena transmitiendo unos valores de sensibilización y respeto hacia la naturaleza que permitan cambiar el entorno. Puede ser sólo un granito de arena ante un océano de dificultades, sí. Pero si cada uno ponemos el nuestro, el que sólo podemos aportar cada uno de nosotros, al final tendremos una playa.
Nuestro cometido como educadores ambientales no es “pasear” o “entretener” a los visitantes, y eso es algo que nos esforzamos por dejar muy claro a aquellas personas que participan en nuestras actividades: nosotros hacemos Educación Ambiental, es decir, nos esforzamos por trasladar a nuestros participantes una serie de valores y conocimientos que les permitan, en primer lugar conocer y, en segundo lugar, valorar la naturaleza en general y la Sierra de Guadarrama en particular (para apreciar algo en su justa medida hay que conocerlo primero).
Y qué mejor que poner todo esto en práctica con los más jóvenes, en cuyas manos y en cuyas mentes se va a ir forjando el futuro de nuestro planeta. Muchas veces he escuchado que mi generación (rondo ya la treintena) es la “generación más sensibilizada y comprometida con el planeta”, pero, por desgracia, mi experiencia me ha demostrado que esto no es siempre así. Es cierto que idealmente la juventud del siglo XXI es una juventud concienciada y activa, pero también es verdad que muchas veces nos quedamos en el eslogan, la pancarta o el tweet, pero en la práctica estos ideales no se reflejan con fidelidad. Es por ello que considero que nuestra labor con los escolares es fundamental, pues es preciso transmitir a este colectivo una conciencia no sólo teórica, que también, sino fundamentalmente práctica, que les permita afrontar con una base sólida los distintos problemas ambientales a los que nos enfrentamos. Y esta labor cobra mayor importancia si cabe en el desarrollo del Programa Escolar Local del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, en el que atendemos a los estudiantes de los municipios del área de influencia del Parque (desde primer ciclo de Educación Infantil hasta Bachillerato), por la necesidad de que conozcan su territorio y desarrollen lazos de pertenencia y arraigo hacia el mismo, pues nadie mejor que sus propios habitantes puede convertirse en el garante de los valores que propiciaron la declaración de este espacio como Parque Nacional.
Sin embargo, a pesar de que el punto fuerte de la educación son los jóvenes, no podemos renunciar a llegar a los adultos, por lo que las actividades que realizamos los fines de semana y festivos son un complemento esencial a lo anterior, con unos resultados más que satisfactorios, como constato cada vez que realizo una actividad con este tipo de público. Es cierto que la infancia es el momento más idóneo para aprender, pues en los primeros años los seres humanos somos como esponjas que nos empapamos de todo lo que tenemos a nuestro alcance, pero también es verdad que podemos seguir adquiriendo conocimientos en cualquier momento de nuestra vida, y para mí es una gran satisfacción terminar una actividad y que los participantes manifiesten no sólo su satisfacción por lo amena que les ha resultado la misma, sino especialmente por las ideas o los conocimientos que se llevan incorporados a sus vidas. Por poner un ejemplo, cuando hablamos de las medidas de recuperación del río Manzanares en su tramo alto, muchos visitantes manifiestan su desconcierto ante la normativa referida a la prohibición del baño. Sin embargo, cuando se explica detenidamente el por qué de la misma (erosión del terreno, apelmazamiento de las orillas, remoción del fondo, destrucción accidental de puestas de peces o anfibios, contaminación del agua con los protectores solares, etc.), ese desconcierto inicial se convierte en comprensión e incluso en satisfacción.
Todo esto me hace darme cuenta no sólo de la gran labor medioambiental y social que tengo encomendada como educador ambiental, sino también de la responsabilidad que ello implica, lo que me exige un continuo esfuerzo de ampliación y perfeccionamiento de mis conocimientos y de la manera de transmitirlos. Y, sobre todo, mi trabajo me hace mirar al futuro con optimismo, sin perder nunca la esperanza de que con paciencia y entrega se pueden cambiar las cosas, y sabiendo que cada uno de nosotros podemos ser partícipes de ese cambio.
José Antonio Guerra
Educador ambiental de los Centros de Visitantes del Parque Nacional