Año 2113: primer centenario de la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama
Pablo Sanjuanbenito
Hace cien años, representantes del mundo de la conservación, de la montaña y de la política se congregaban en el Puerto de Los Cotos, en una celebración presidida por sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias para dar a conocer al mundo el nuevo parque nacional. Desde entonces, cien años de intensos cambios nos contemplan, cambios en la sociedad y en la sierra. Desde aquella, de ingenua conciencia, en la que tan solo se intuían los efectos de los vertiginosos vaivenes ecológicos e ideológicos que habían de venir, hasta ésta en la que ya ni siquiera se intuye cual puede ser el futuro.
Está demostrado que la historia se acelera y los acontecimientos políticos y sociales cada vez tienen lugar en menos tiempo. Hace tiempo dejamos atrás las edades que se medían por siglos, pasando a aquellas para las que los decenios eran holgados.
En 2013, los agoreros de la mala praxis política se equivocaron, pues no fue la masificación del uso público, ni la superpoblación de las cabras monteses la que lo cambió todo. En las décadas siguientes a la declaración del parque, la repetición de las débiles temporadas invernales en las que apenas helaba, recrudecieron los efectos de las plagas forestales y cambiando así el paisaje de la sierra. Los frondosos pinares de pino silvestres vieron limitada su regeneración y mermada su extensión y, las amplias extensiones de repoblados forestales, nunca llegaron a su madurez. Aunque resulta paradójico la inactividad de la administración ante el cambio fue el acelerante de la reacción. Desde que se produjo la “Segunda Descentralización” y la administración local se hizo cargo de la gestión forestal y medioambiental, la ineficacia de la autonómica se vio multiplicada por una política que, por cercana al ciudadano, se volvió más que caótica. El órgano de gestión del parque, lo pasaron a formar 27 técnicos delegados por los ayuntamientos, que dispusieron 27 normas de funcionamiento. Este profundo cambio produjo una tremenda ineficacia, no existiendo desde entonces cabeza en el parque.
El seguimiento realizado durante un siglo por la administración estatal apoyada en las universidades nos dibuja el cambio en los ecosistemas. La ganadería, productora del paisaje, no fue capaz de sobrevivir ni siquiera con las abundantes ayudas económicas. La naturaleza, desprovista de gestión y de elementos modificadores como, selvicultura, ganadería y agricultura, se hizo cargo con sus mecanismos del devenir ecológico. Sin ovejas, vacas ni cabras monteses (diezmadas en la primera década del parque por una terrible plaga que, desde entonces las mantiene en un par de centenares de ejemplares) la diversificación se abrió camino con fuerza. Donde se abrían claros en los pinares aparecieron encinas y robles, alcornoques, fresnos y sauces y, como no, arizónicas. El ímpetu en el crecimiento vegetal, que sin herbivoría ganaba hectáreas anualmente al paisaje humanizado durante siglos, hizo perder los vestigios históricos como tapias, senderos, caceras o abrevaderos. Y no solo se perdieron los restos de anteriores siglos, las estaciones de esquí se poblaron de matorral y después de arbolado. Remontes y telesillas se vinieron abajo y fueron finalmente abandonados quedando tan solo algunos, testigos de una actividad propia de una meteorología del siglo XX. Tampoco sobrevivieron las ruinas de la emblemática “Bola del Mundo” que, tras su demolición en los años 50, dejó tan solo una placa conmemorativa recordando los inicios de la televisión. La amplísima red de senderos que cubría la sierra se redujo a unos pocos y, el resto, se convirtió en una masa difícil de penetrar.
Hoy tenemos otra sierra, otro parque, querido por sus visitantes y usuarios, al que se han sumado los habitantes del llano, los árboles y arbustos, los prados, la fauna y la flora. Casi todo ha cambiado ya no hay praderías de montaña, los bosques lo cubren todo. Abedules, tejos y acebos han dejado paso a madroños y acebuches. Tan solo unos pequeños y umbrosos rincones recuerdan el parque de hace cien años. Unos ya no están, como el Tejo del Barondillo que no llegó a los 1900 años; otros, como los buitres negros que fueron los precursores del bosque mediterráneo siendo los primeros en llegar buscando el fresco, siguen contemplando el devenir de la sierra. Hace cien años, ya encontraban diariamente su sustento fuera del parque y así lo siguen haciendo cien años después, ya que lo que de verdad necesitan que es el viento, permanece.
Desde el cielo que espero alcanzar: Pablo Sanjuanbenito García primer codirector madrileño del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama 2013-¿?