Vaya con la valla
Ignacio Fuentes
Todo aficionado a la naturaleza, a caminar por el monte, tiene en mente la misma escena; a la vera del camino o incluso cortando este aparece como por arte de magia una valla, por lo general envejecida, mal conservada, camuflada en la vegetación, pero siempre inoportuna. Nos cierra el paso, y en el mejor de los casos nos obliga a un rodeo poco apetecible.
La pregunta es inmediata; ¿qué hace esto aquí? Pues bien, la pregunta, aunque simple, conlleva en algunos casos una respuesta lógica y bien fundamentada, en otros casos la respuesta es siempre la misma, nada útil. O tal vez estén ya tan asociados al paisaje que ni siquiera nos hagamos esta pregunta
¿Por qué entonces poner puertas al monte? ¿Qué finalidad tienen? ¿Qué ventajas o inconvenientes llevan asociados?
Lo que a nuestro sufrido caminante no se le escapará es que “no todo el campo es orégano” y que por tanto al traspasar tan antipático impedimento probablemente entremos en casa ajena. Sin embargo también en monte público, existen y en abundancia, estos cierres y por supuesto el interior del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama no es una excepción. Pues de estos, o en términos generales del rastro dejado por la actividad humana, es de los que nos vamos a ocupar.
A pesar de lo que pueda parecer, la actividad humana en nuestra sierra ha sido más intensa en tiempos pasados. De esta forma la obtención de leñas, carbón, frutos, pastos, agua o incluso hielo, hacia que los vecinos miraran al monte como una despensa proveedora de productos necesarios. Así la presencia humana dejaba su huella de forma más palpable e intensa si cabe que hoy en día; y poblaban el paisaje, muros de piedra, apriscos, cabañas, majadas, caminos, carboneras. Este legado, en muchos casos barrido por el tiempo y los crudos inviernos, nos parece hoy digno de conservación.
Probablemente de todas las actividades pasadas en nuestros montes, la ganadería es una de las que ha perdurado con mejor salud, no sin adaptarse lo mejor que ha podido a los tiempos. Dicen que es extensiva, que ha modelado el paisaje, que es útil y necesaria para la conservación de nuestros espacios naturales; y seguramente todo esto sea muy cierto. Como también es cierto y antiguo el conflicto permanente, más o menos enconado según los tiempos y lugares, de este uso con otros que se han tratado de instaurar. Prueba de esto es una carta que el Alcalde de Canencia remite al responsable de los trabajos de repoblación en el monte “Perímetro de Canencia” en 1940, en la que se queja de la “osadía” de la Guardería al amenazar a los ganaderos por incumplir las restricciones de pastoreo en el monte(1).
Los ejemplos podían ser infinitos pero todos ellos vienen a demostrar que existe una simbiosis provechosa para ambas partes que por el bien de todos es conveniente mantener y alejar del abuso.
Surge entonces una herramienta esencial para mantener este objetivo, el acotado. Es decir, separar del ganado todo aquello que no se desea que desaparezca bajo el diente implacable de las reses, y es aquí donde vuelve de nuevo nuestra antigua y antipática valla. Hemos cambiado los muros de piedra por alambres y hierros, que dicho sea de paso no creo que generaciones futuras consideren patrimonio digno de conservación. Mucho más fáciles de instalar, económicos y sencillos. Mucho menos duraderos, menos acordes con el paisaje y más perniciosos para la fauna silvestre, pero necesarios a fin de cuentas.
Por tanto mientras en los montes públicos exista ganadería extensiva, se necesita de estos cierres. Desde el Parque Nacional se intenta que su uso se limite a lo esencial o lo estrictamente necesario y que sean lo más permeables y menos dañinos posible para la fauna silvestre, y puesto que seguimos pendientes de nuestro aguerrido caminante, que tampoco a él le incomoden en exceso.
Ahora bien, hemos hecho uso de una herramienta necesaria en el momento adecuado, nos ha sido útil para conciliar intereses, ha cumplido su función y pasa el tiempo, esta utilidad desaparece y el cierre que en otro tiempo nos fue tan práctico, languidece bajo las inclemencias, se estropea, se aplasta bajo la vegetación y ya casi nadie se acuerda de él. Sin embargo mantiene su carácter de “antipático” incomoda a los caminantes, a la fauna silvestre e incluso es un estorbo para la ganadería, ¿Y ahora qué?
Tal vez fuera deseable una previsión a largo plazo de la “vida útil” cuando se instala algún cierre de este tipo, y que esta previsión fuera acompañada de la correspondiente partida económica, pero esto no ha sido así, y el desmantelamiento de estos cierres se ha dejado a la improvisación o al “buen hacer” de los que vengan detrás.
Así pues nos encontramos en el ámbito del Parque Nacional con largos kilómetros de estas estructuras que es de justicia retirar, si queremos un espacio digno de llamarse protegido, y así se está haciendo.
Esta tarea conlleva, por lo escarpado de nuestros montes y lo inaccesible de muchas zonas, de mucha paciencia y el uso de medios poco convencionales como el helicóptero o mulas. Un trabajo que como bien se puede imaginar no es nada barato. Tras el queda el terreno limpio y la satisfacción de algún “gestor autorizado de residuos” léase chatarrero, que le da el último viaje a la carga. Y es que ya lo dice el refrán “hacer y deshacer todo es hacer".
Ignacio Fuentes
Encargado de cuadrilla de mantenimiento
Aina Montero S.L. 2008. “Perímetro de Canencia. 100 Años de Gestión Forestal” Ed. Comunidad de Madrid.