La ciencia no sólo se hace en laboratorio

Llevo tres décadas estudiando los ecosistemas acuáticos de la sierra de Guadarrama. Casi siempre que escribo sobre esta sierra es a través de informes o artículos científicos, por lo que la publicación sobre el centenario de la Venta Marcelino es una buena ocasión para dar salida a una pequeña reflexión que no tiene cabida en esas publicaciones técnicas.

Los artículos científicos actuales están perfectamente estructurados, con una redacción técnica en la que solo cabe la presentación aséptica de los resultados y su interpretación rigurosa. Pero no siempre fue así. Prácticamente hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX era frecuente que los científicos, aparte de los resultados de sus investigaciones, incluyeran ciertos detalles de su trabajo de campo aparentemente triviales, tales como por donde habían viajado hasta la zona de estudio, quién los acompañaba o donde habían comido. Así por ejemplo, el eminente ecólogo Ramón Margalef en su artículo sobre la hidrobiología de la sierra de Guadarrama (1949) deja caer como de pasada que las muestras se recogieron «En el curso de una excursión efectuada el 29 de abril de 1949, en compañía de mi amigo E. Fernández-Galiano,…», a la sazón director del Museo Nacional de Ciencias Naturales de España. No sabemos dónde almorzaron estos ilustres naturalistas durante su excursión al macizo de Peñalara, pero si hoy en día continuásemos con la costumbre de incluir estos pequeños detalles, la Venta Marcelino sería una de las «palabras clave» en muchos de los artículos científicos sobre este macizo. Todos los científicos que conozco que han trabajado, bien puntual o habitualmente, en el macizo de Peñalara han pasado por ella.

En mi caso no se trata sólo de recordar la multitud de ocasiones en las que un caldo caliente o una cerveza fría han servido de colofón a un día de muestreo, sino que El Marcelino ha sido en cierto modo escenario para que progresen las investigaciones. Y estoy convencido de que no soy el único. Si preguntas a cualquier científico sobre los congresos a los que asiste, casi con seguridad te dirá que las sesiones plenarias están muy bien, pero que donde realmente se avanza y se generan las ideas que marcan al trabajo futuro es en conversaciones más informales en las pausas junto a un café o al final de la jornada disfrutando de un vino con otros asistentes. Pues bien, al sol de la terraza o al calor de la chimenea de El Marcelino, he disfrutado del escenario ideal para largas conversaciones con otros técnicos y científicos sobre diversos aspectos de la ecología de nuestras montañas, y muy especialmente sobre las charcas y lagunas de alta montaña. También es verdad que casi siempre han coincidido con días laborables, en los que el puerto de Cotos no tiene el bullicio de los fines de semana y se impone cierta tranquilidad que permite una conversación sosegada.

Es imposible saber en qué momento preciso surgieron ciertas ideas o se tomaron algunas decisiones, pero quizá alguna de estas conversaciones, mías o de otros, fueron la base para que los humedales del macizo de Peñalara sean un referente mundial en la conservación de ecosistemas acuáticos. Puede parecer pretenciosa esta afirmación para un lugar de dimensiones modestas, pero es que en este macizo se han conjugado algunos hechos extraordinarios para la conservación de los ecosistemas acuáticos de alta montaña. Por primera vez a nivel mundial se eliminó una estación de esquí alpino en las inmediaciones de una laguna de alta montaña. Han tenido que transcurrir dos décadas para empezar a ver actuaciones similares en los Alpes como consecuencia del cambio climático, y seguro que serán muchas más en el futuro en diferentes cadenas montañosas. En nuestro macizo, por primera vez en Europa, se erradicó un pez invasor en una laguna de alta montaña, la laguna Grande de Peñalara. Nuevamente han tenido que pasar casi dos décadas para poder ver acciones similares en lagos de los Pirineos. La eliminación del dique de la laguna Chica es el único ejemplo español – y casi mundial – de restauración de una represa en una laguna de alta montaña. En cuarenta años no se ha repetido esta singular actuación de restauración en ningún macizo montañoso español. En apenas una década, la laguna de Peñalara pasó de estar fuertemente degradada a recuperar las características naturales de sus aguas y revertir un proceso de erosión y pérdida de suelo en sus orillas. Hoy vemos que muchas de las medidas de gestión de visitantes y de las técnicas de monitorización de los resultados empiezan a aplicarse en otras lagunas de montaña con problemas similares. En cierta medida todos estos hitos de la conservación rinden homenaje al introductor de la hidrobiología o limnología en nuestro país, Celso Arévalo, cuya relación con Segovia lo hizo asiduo al macizo de Peñalara y su laguna.

De todo esto ha sido testigo la Venta Marcelino, lugar por donde han pasado, pasan y pasarán multitud de personajes con distintos modos de mirar la montaña, pero todos ellos con el anhelo de seguir disfrutando de este inigualable espacio natural. Y si es con un caldo o una cerveza mediante, mejor.

Ignacio Granados
Técnico especialista en ecosistemas acuáticos
Centro de investigación, seguimiento y evaluación del parque nacional

 

*Este artículo se publicó en el libro Venta Marcelino. 100 años en el puerto de Los Cotos / 1924-2024.
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